Creo que nos estamos equivocando

Seguramente estoy equivocado pero, me da la sensación, que tanta pulsión en publicitar determinadas actuaciones educativas es un error. No creo que propagar a bombo y platillo determinadas prácticas educativas o, simplemente, dar tanto empaque a determinadas ideas o modelos educativos, sea positivo para la mejora del aprendizaje de nuestros alumnos. No me queda claro qué afección tiene lo anterior sobre el día a día de nuestras aulas. Bueno, menos aún entiendo tanta necesidad de contraponer estrategias educativas a otras bajo el pretexto de estar en el siglo XXI. Claro que estamos en el siglo XXI. Nuestras aulas, a pesar de los defectos de conectividad, son del siglo XXI porque hay personas del siglo XXI. Los docentes trabajamos en el siglo XXI, al igual que nuestros alumnos. Y no, no hay tanta diferencia en los chavales como la que se nos quiere vender. Eso sí, hay situaciones de contexto que han variado a lo largo de los últimos tiempos. Es algo lógico. La sociedad varía aunque, como siempre me pregunto últimamente, no tengo claro si el objetivo de la escuela es ir con los tiempos convulsos o, simplemente, intentar poner un poco de cordura al asunto. No aislarse del contexto es clave pero, ¿lo es el aceptar el contexto como algo bueno y positivo? Ahí tengo mis dudas. Por ahí va mi creencia de estar equivocándonos.

Si la sociedad es poco culta, ¿no deberíamos aumentar la cultura en el ámbito educativo? ¿No deberíamos aumentar, en lugar de reducir la carga cultural del currículo? ¿No deberíamos, yendo aún más lejos, elegir a los profesionales en función de su grado de sapiencia en lugar de su praxis metodológica? No es cierto que la sociedad demande alumnos más adaptables y flexibles. Eso lo demandan las empresas. Y las empresas no tienen nada que ver con la sociedad en su conjunto. Por cierto, ¿lo que va bien para una empresa es bueno para la sociedad? Es que, a veces, de tanto oír la relación entre productividad empresarial y estado del bienestar, acaba calando muy hondo en cada uno de nuestros poros. No creo que sea algo tan claro. Menos aún la ligereza con la que se establece esa relación totalmente matizable.

En un modelo capitalista es lógico que haya un ansia de competitividad. Podemos jugar a escondernos bajo supuestos de vivir en un lugar socialmente igualitario, con los mismos derechos y posibilidades pero, sólo que levantemos un poco la vista veremos que no es así. Ergo, ¿debemos educar a nuestros alumnos para que se integren en dicha sociedad consumista y basada en unidades económicas? Creo que no porque, como he dicho antes, la escuela debe ser el motor de cambio social. No debe ser la sociedad la que marque las estrategias educativas. Y eso es algo que muchos venden con sus prácticas mediáticas. Incluso muchos otros hablan del docente como alguien a ser tratado dentro de una horizontalidad con el alumno. ¿Será un error equiparar al docente y al alumno? ¿Nos arrepentiremos al ver que, mientras unos hacen lo posible para fomentar el colegueo, juego, empatía y dinámicas cuyo único objetivo es el disfrute, otros se dedican a exigir cada vez más autoridad? ¿Nos habremos dejado el punto medio de relación amistosa pero no amigable entre quien da y quien recibe? Me preocupa que sea la sociedad la que marque lo anterior. Más aún cuestionando cada vez más al docente y relacionando el aprendizaje como algo a erradicar. Bueno, el aprendizaje no productivo.

Nos perdemos en el tema de los deberes, en los libros de texto y, en definitiva, en todo lo transversal que, por desgracia, marca todas las tertulias. Lo lógico sería mirar por nuestros alumnos con independencia de lo que nos exija la sociedad para que, en definitiva, ellos sean quienes doten a la sociedad del valor que debe tener. Más allá de lo anterior y de discusiones banales acerca de si hay metodologías activas, pasivas o, simplemente, torticeras, hay mucho por hacer en el aula. Aulas heterogéneas de alumnado que necesita atención personalizada por parte de los mejores profesionales posibles. Profesionales que deben saber mucho y hacerlo lo mejor posible. Algo que tiene muy poco que ver con lo que muchos nos están diciendo desde las tarimas o voceando en los medios.

El día en que nos dediquemos a hablar menos y a hacer más. Ese día. El día en el que no tenga sentido ningún blog, artículo sobre educación de caducidad ultrarrápida, ni cuenta en las redes sociales ni, mucho menos, la necesidad de sintonizar determinados canales de televisión o ver a determinados gurús hablando o pontificando de educación. Ese día habrán ganado nuestros alumnos. Hasta entonces seguiremos escribiendo ríos de tinta buscando, en demasiadas ocasiones, buscar justificaciones para todo aquello que no debería justificarse cada minuto.

Lo sé. Seguro que esté equivocado en lo que creo que estamos equivocados pero, como ya he dicho en más de una ocasión, esto es simplemente un refugio para escribir de ciertas cuestiones en clave personal. Muchas de ellas que tienen que ver con mi “equivocada” concepción educativa.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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