Docentes celestiales

Criticar la clase tradicional, aunque haga eones que dejó de existir si alguna vez lo hizo, mola. En cambio, criticar determinadas metodologías innovadoras, personajes, eventos u organizaciones que quieren apoderarse de la educación, te convierte, de forma automática, en un paria, sin cariño por tus alumnos y, curiosamente, en un mal profesional por estar sometido tu trabajo a la indolencia de ese rol de docente tan mal visto por terceros. Uno es bueno o malo en función de si acepta acríticamente sumarse a determinados carros, tiene como objetivo único el innovar, negocia qué y cómo dar su materia con sus alumnos y, por qué no decirlo, acude a aplaudir a determinados eventos hasta que, de tanto hacerlo, se le llenan las manos de callos.

Lo de trabajar en espacios donde el aire acondicionado brilla por su ausencia o, con suerte, puedes encontrarte que la calefacción funciona en invierno, ya si eso. Y no estoy entrando en esas grietas que observas con preocupación cada vez que pasas por determinados pasillos. No sé vosotros si tenéis estas rajas imposibles de no ver en vuestros centros educativos, pero yo cada vez las veo más grandes. Especialmente, en centros educativos, como el mío, abandonados por la administración educativa desde hace décadas.

Hay mucho docente malote que va a trabajar, desde principios de curso con, ganas locas de vacaciones. Un docente que, se confirma para los vendedores de vocacionómetros, como el peor profesional posible al no presentar una sonrisa en todo momento, acudir a tropocientas charlas de autoayuda fuera de su horario lectivo y, por qué no decirlo claramente, estar totalmente satisfecho mientras, a lo largo del día, se van llenando de sudor sus camisas, camisetas y ropa interior. Sí, a estas alturas de curso en algunos centros estamos en período de torrefacción. Y con cada vez más alumnado al que sabemos que, por desgracia, no vamos a tener recursos para darles lo que necesitan.

Bueno, hay un grupillo de acólitos y gurús/referentes del cotarro que están muy frescos, al igual que lo estarán a final de curso. Que pontifican acerca de lo maravillosa que es esta profesión y lo realizados que se sienten. Es que el mundillo educativo actual está plagado de ángeles. Bueno, más bien se están mediatizando como ángeles todos aquellos que son capaces de no perder la sonrisa, no se quejan por estar cansados al acabar el día y siguen, erre que erre, planteando que otra educación “unicorniana” es posible.

En un contexto donde parece que solo vale lo que dicen aquellos que, en el contexto actual de difusión masiva de merchandising, avalados por los medios y, por qué no decirlo, arropados por un grupillo de palmeros, tienen una gran cantidad de altavoces a su disposición, hay muchas ganas de taxonomizar al díscolo como mal docente. Más aún, con el trampantojo de algunos (falsos) altruistas que pululan por ahí que, por lo visto, son omnipresentes y omnipotentes. Con energías desbordantes. Con intereses muy alejados de lo económico porque, salvo que las malas lenguas digan que algunos no quieren dar una charla en el centro donde estudiaron porque no le pagan el dinero que piden, la verdad es que son los ángeles de la educación. Y deben, dentro de sus capacidades y habilidades como influencers del cotarro (¡qué bien queda la palabreja!) indicarnos a los pobres mortales, o demonios hechos carne, que poblamos la mayoría de centros educativos, el camino hacia la luz desde púlpitos unidireccionales. Sermones de la montaña a tutiplén. Grandes frases extraídas de Google -donde está, por lo visto todo lo que necesitan nuestros alumnos- para demostrarnos que el camino se hace al andar por una determinada senda muy marcada por baldosines amarillos.

No sólo son ángeles serafines. Hay también algunos arcángeles en el mundo educativo. Sí, también hay aquellos que siguen pisando el aula, se fugan puntualmente de ella para impartir doctrina y, cuyo único objetivo más allá del pecuniario, es que se hable de ellos. Una segunda escala de poder, más o menos mediatizada y mediatizable, que es usada, para controlar esa crítica tan habitual de algunos malos profesionales, relacionando alejamiento de aula con alergia al alumnado o afición por el tocamiento de las partes. Que para controlar algo, uno debe estar infiltrado en ese algo. Por suerte para ellos hay ángeles menores en las aulas que, cual papagayos, repiten los mantras que les están vendiendo sus superiores jerárquicos. Como digo siempre, dentro de la libertad del ser humano está la de decir lo que quiera y pensar o hacer, mientras no pretenda que otros hagan o piensen igual que ellos, lo que consideren.

Dar clase no es fácil ni hay recetas únicas. Hay docentes que hacen cosas fantásticas, algunas más o menos vendibles y, otros muchos que son fantásticos. No es lo mismo. No es lo mismo hacer puntualmente algo que mole o permita que uno pueda alcanzar el estrellato que, estrellarse ante la realidad e intentar adaptarse a los alumnos para que la mayoría de ellos aprendan. Tristemente venden las cosas fantásticas que se hacen y no los docentes -que son la mayoría- fantásticos que tenemos en nuestras aulas. No vende el descubridor de la cura contra una determinada enfermedad. Vende el famoso que se ha ido a hacer una foto con esos niños que han superado la enfermedad gracias a la cura que inventó el primero. En educación, al igual que sucede en muchos otros ámbitos profesionales, al final vende el producto y no el proceso.

En educación, las formas están haciéndonos perder de vista el objetivo de todo esto. Un objetivo básico que consiste en que nuestros alumnos aprendan, tengan más posibilidades que sus padres y puedan, dentro de sus posibilidades, cambiar la sociedad que les ha tocado vivir. Sí, a mejor porque, a peor, da la sensación que sea imposible aunque, visto lo visto y viendo lo que se está viendo, uno ya empieza a tener sus dudas.

Uno, al final, es quien decide si es ángel o demonio. Y a algunos nos va eso del caloret del infierno educativo mientras nos planteamos, entre amargos sollozos, por qué no seremos capaces de ver todas esas bondades que nos venden acerca del cielo educativo que, entre canapés y ostras, algunos están compartiendo en las redes sociales y en los medios más tradicionales, desde que ha empezado el curso.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

Publicaciones Similares

2 comentarios

Deja un comentario