Hacia un modelo de escuela eficiente

No soy economista. Estudié algunas asignaturas de economía en la carrera pero, a diferencia de lo que hacen algunos economistas, arrojándose el mantón de expertos en educación, no soy experto en ese campo. Eso sí, hay cuestiones básicas, relacionadas con “los dineros” y la educación, que solo por el hecho de tener un poco de sentido común, deberían ser obvias. Bueno, deberían ser obvias para todos. Pero ayer, al ver la gran cantidad de docentes que se alegraban de que les subieran el sueldo un 3,5% uno ya no sabe qué pensar. A ver, subir el sueldo un 3,5% en un contexto con una inflación de 11 puntos porcentuales, es lo mismo que bajarte el sueldo un 7,5%. Joder, que somos docentes y deberíamos entenderlo. Es matemática muy básica. Nada, permitidme el inciso inicial.

Debemos asumir que el gasto educativo no puede ser ilimitado. Que la cantidad de recursos públicos que pueden destinarse a la educación siempre deben estar supeditados a contextos económicos. Ya nos gustaría a más de uno el tener fondos para realizar cualquier tipo de acción educativa pero, por desgracia, los recursos son los que son. Recursos que, en su mayoría, van destinados a pagar los salarios de los docentes. Algo que sucede prácticamente en todo tipo de actividad empresarial donde, siempre, el gasto mayor se destina a asumir las nóminas de sus trabajadores. Algo que es lógico porque van a ser los encargados, en el caso de los docentes, de llevar al máximo a sus alumnos y, en el caso de trabajadores de otro tipo de empresas, a que la misma consiga aumentar sus beneficios. Por tanto, en tema mano de obra, es bastante difícil establecer una eficiencia basada en recortes porque, al menos en el caso de la docencia, más automatización de la misma, no implica mejores resultados. No lo digo yo. Lo dicen las investigaciones.

Pero no hablo de si es mucho o poco lo que se gasta en educación. De lo que se intento hablar es de la necesidad de llegar a un modelo de escuela eficiente donde, la gestión de los gastos se realice de la mejor forma posible y, cómo no, los resultados (y no me estoy refiriendo a las simples calificaciones) de nuestros alumnos sean los máximos posibles. Por tanto, ¿cómo podríamos generar un modelo de escuela eficiente?

En primer lugar creo que sería conveniente hablar del tamaño de la misma. No creo que, a efectos de eficiencia, un macrocentro genere valor añadido. Tampoco creo que podamos permitirnos centros educativos, salvo necesidades imperiosas por cuestiones geográficas (ya sabemos cómo es la distribución poblacional a nivel orográfico en nuestro país), centros reducidísimos con un número de alumnos mínimo. Sí, el coste que supone por alumno un centro educativo para tres alumnos es muy poco eficiente pero, tampoco es cuestión de empezar a cerrar escuelas porque, en algunas ocasiones no solo debemos medir en parámetros de ahorro y eficiencia. Debemos intentar mantener núcleos poblacionales (y cada escuela que se cierra implica la muerte de un pueblo). Bueno, al margen de lo anterior, creo que un buen número que permitiría una gestión óptima del centro sería el usar 175 alumnos como tamaño medio de los centros. ¿Por qué 175? Pues bien, 175 es el promedio del número de Dunbar. Un número que se asocia al límite de personas con las cuales se puede mantener relaciones sociales. Número que permitiría que todos los alumnos y docentes pudieran saber quiénes son todos sus compañeros y docentes. Lo sé, en una ciudad grande o de tamaño medio, ese número obligaría a la creación de un número de centros imposibles de mantener (el mantenimiento de los centros educativos es caro). Eso sí, entre lo ideal y los macrocentros de mil alumnos, creo que hay mucho margen para hacer centros “más humanos”.

También necesitamos, cómo no, una escuela centrada en el estudiante. Para conseguir lo anterior sería necesario romper el modelo de tutorías grupales para asignar, entre los docentes de forma equitativa, un número de alumnos determinados a los cuales van a tutorizar individualmente desde que entran en el centro educativo hasta que salen. No tiene ningún sentido ir cambiando de tutor cada año porque, al final, la eficiencia de dicha tutorización la va a marcar el conocimiento y la interacción que se dé entre alumno y su tutor. Lo anterior permitiría personalizar el aprendizaje porque dichos “tutores individualizantes” estarían en contacto con los docentes de los alumnos. Docentes que, también deberían adaptarse a las características de sus alumnos -los cuales van a conocer por el tamaño del centro- para que obtuvieran los mejores resultados y potenciaran sus capacidades/habilidades. Un currículum básico que permitiera a todos los alumnos salir de la etapa obligatoria con los mismos conocimientos y que, además, permitiera flexibilizar el mismo para dotar de especificidad el aprendizaje de cada alumno. Añado un parámetro muy importante para mejorar la eficiencia: mantener plantillas estables. O, al menos, gran parte de las mismas.

Tiene también su importancia el coste por alumno. Sí, no nos desgarremos las vestiduras. Si pretendemos tener una escuela eficiente hemos de ver cómo podemos ahorrar en el coste destinado a cada alumno (que, actualmente en España por curso escolar y haciendo un promedio en las etapas obligatorias está sobre los 4800 euros). No tiene ningún sentido que, después de invertir casi 5000 euros por alumno aún obliguemos a realizar el copago a las familias en material escolar (mochilas, lápices, libros de texto, etc.). Por tanto, algo falla y quizás debería replantearse la gestión de ese dinero y quién la realiza. Este curso se ha gastado en becas o subvenciones de libros de texto en toda España casi 300 millones de euros. Ese montante, aparte de otros igualmente exagerados, aparece como parte del coste por alumno. ¿No podríamos ser más eficiente en lo anterior? ¿No podríamos montar modelos que, con ese dinero destinado a producto fungible de obsolescencia rápida, se pudiera mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos a un precio más económico? Yo aún me acuerdo cuando la administración empezó a montar aulas multimedia con cañón y proyector que valían cinco veces más que el precio del mercado. El dinero público es de todos los ciudadanos y no hay nada más triste que ver cómo a veces da la sensación de que, para el gasto, no se tenga lo anterior en cuenta. Por tanto, eficiencia en el gasto público destinado a educación y para ello necesidad de gestionarlo como si fuera economía propia y dotarlo de total transparencia.

También es importante que las familias vean que los centros educativos funcionan bien y son los que necesitan sus hijos. Si no damos una visión de que los centros educativos, especialmente los públicos, funcionan bien e implicamos a los padres en el funcionamiento de los mismos, cada vez van a ser menos eficientes. La eficiencia también vendrá de la colaboración de los padres y de “lo deseable” que hagamos esos centros educativos. Mantener centros educativos que no son del gusto de los padres obliga a ver qué pasa. No se puede mantener un centro educativo eficiente si, para los padres, no es un centro en el que se planteen que sus hijos estudien. Y en eso la privada (concertada o no) nos están dando un auténtico varapalo al que se deben buscar soluciones. No vale la excusa de… “como es pública va a estar toda la vida y, por mal que esté, yo como docente voy a tener trabajo ahí y a la administración ya le va bien”. ¿Por qué no ofrecer valor añadido? ¿Por qué no vender lo que se hace? ¿Por qué no motivar a las familias para que usen ese servicio público? Ya sé que estaba hablando de un modelo global de eficiencia pero, debo reconocer que convenía este añadido acerca de los centros públicos ya  que muchos de ellos, se están quedando sin alumnos o guetizándose, porque los padres no los eligen como primera opción. Y mantener clases vacías no es nada eficiente. Tampoco lo es convertirlos en centros-gueto. En este segundo caso nos estamos cargando las posibilidades futuras de ese alumnado.

Los centros educativos también deben ser sostenibles a lo largo del tiempo. La eficiencia no debe ir reñida con el respeto al medio ambiente y, si las infraestructuras se realizan bien, el ahorro en energía puede ser considerable. A propósito, para aquellos centros que ya están creados, a veces convendría plantearse antes de ir poniendo parches ver si sale más barato a medio plazo hacer un centro educativo desde cero.

Y, finalmente, no menos importante, la necesidad de tener un centro educativo multicultural y socioeconómicamente diverso. Lo anterior obliga a hacer más esfuerzos por lo que implica pero, mantener un centro educativo eficiente, nunca debe ir reñido con mantener un centro ético que permita, con independencia de razones de raza o situación socioeconómica de las familias, que los alumnos puedan llegar al mejor aprendizaje que nuestro país pueda darles. La diversidad bien tratada puede aportar un rédito económico futuro de incalculables proporciones.

Nada, algunas ideas básicas, productos de una reflexión matutina con el café al lado del ordenador, acerca de eficiencia desde un punto de vista más social y, mirando a más largo plazo que los economistas que parece que sólo vean el número y sus soluciones para aumentar la misma sólo pasen por la tijera.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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