Los 7 motivos más populares para largarse del aula

Valga recordar que no me gustan las listas. No me gustan ni las que hago yo o las que, por determinados motivos, me mencionan como algo que disto mucho de ser. Tampoco pretendo dictar doctrina en ésta ni me gustaría que se interpretara como lo que no es. Intentaré matizar y mucho pero, por desgracia, ya sé que algunos se pasan por aquí buscando el mínimo atisbo para criticar lo que digo con independencia de lo que se dice. Es lo que tiene, en los últimos tiempos, priorizar la ideología de uno, la pertenencia a un determinado club educativo o, la simple reconversión y mediatización de la docencia hacia una Operación Triunfo sin gente que sabe cantar. Qué le vamos a hacer. Tocará lidiar con ello otra vez más. Y, por suerte, cada vez me importa menos aunque, ahora que no me lee nadie, aprovecho para decir que me lo paso bien viendo cómo reaccionan determinadas personas a lo que digo. Sshhht, no lo repitáis los que hoy os paséis por aquí.

Hoy toca un artículo con sorpresa. Una primera parte destinada a exponer los motivos, todos ellos justificables, para largarse del aula y, asociado al mismo, las justificaciones más surrealistas para hacerlo. Sí, todos sabemos que últimamente hay algunos que deben justificarse diariamente para satisfacer su conciencia. Con lo fácil que es no buscar justificación en cada momento y decir que me he largado del aula porque me apetece hacerlo. Que no es malo. Ni muchísimo menos.

Pero vamos a ello… ¿cuáles son, a mi entender, los 7 motivos más populares para largarse del aula?

El primero y, por ello el más respetable (todos lo son, aunque las justificaciones en algunos casos distan de serlo) es porque guste más otro tipo de actividad que dar clase. Se pone en la balanza una cosa y otra para, finalmente, decantarse por otra profesión más o menos relacionada con la docencia directa. No es malo. Conozco excelentes novelistas, dramaturgos, ingenieros e, incluso, un gran amigo mío que abandonó el aula y se dedica a la talla de madera, que son felices en su nueva faceta. Además son bellísimas personas en la mayoría de casos. Un motivo más que razonable, como todos, para abandonarla.

También hay personas a las que no les gusta dar clase y, por ello, a veces buscan la manera de dejar de dar docencia directa al alumnado. No son desertores de la tiza. Son simplemente profesionales que recalan en una asesoría educativa y procuran mantenerse ahí de forma perpetua. Vuelvo a repetirlo. Nunca es malo tomar una decisión de este calado porque, a nivel laboral, todo el mundo tiene derecho a dedicarse a lo que le gusta. Y si a uno no le gusta dar clase, qué mejor que buscar la mejor alternativa posible para él. Otra cuestión es cómo lo hace pero el artículo no va de maneras de hacer y sólo del hecho.

¿Y a los que se les queda pequeña el aula? También hay quienes deciden abandonar el aula porque se les queda pequeña para grandes proyectos que tienen en mente. Mejor eso que continuar en el aula, detrayendo tiempo de los alumnos para su verdadera necesidad vital.

Me gustaría seguir con los sindicalistas que, desde un sindicato, quieren mejorar las condiciones de sus compañeros. Liberarse para la función sindical es muy noble y, aunque en algunos casos haya auténticos vividores, hay muchos que sí se preocupan por sus compañeros. No son todos los que nos gustarían pero sí son más de los que, a veces, pensamos. Conozco excelentes sindicalistas que, puntualmente, han decidido abandonar el aula para ofrecer otro tipo de servicio. Relacionado con lo anterior están los que ocupan cargos políticos. No es malo querer defender las ideas desde la política. Y, en muchos casos, dicha defensa obliga a abandonar el aula por falta de capacidad de compaginar ambas cosas. No todos los políticos son corruptos aunque nos lo vendan así. Siendo docentes deberíamos saber que el generalizar siempre es malo.

Otro motivo es el psicológico. Hay personas que no les sienta bien dar clase y se ven obligados a abandonar su profesión. La docencia, a veces, puede ser muy dura y, en ocasiones, provoca que algunos, al igual que sucede en todas las profesiones, tenga más malos momentos que buenos con depresiones continuas. Entonces es lógico su abandono. No todo el mundo sirve para dar clase, al igual que no todo el mundo sirve para trabajar en un taller mecánico o, para viajar por todo el mundo vendiendo determinadas cosas.

Lamentablemente también hay docentes con enfermedades largas, entre graves y muy graves, que no pueden desarrollar su función. Ese es otro motivo para abandonar el aula.

Iba a continuar hasta 10 para hacer el número redondo pero, como dicen que el 7 trae suerte y creo que he desglosado las principales causas, me detengo aquí dejando abiertos los comentarios por si os apetece aportar algo que se haya quedado en el tintero. Eso sí, no os dejo sin la segunda parte del post porque ahora vienen las justificaciones más surrealistas para hacerlo.

En primer lugar, en el top de justificaciones surrealistas, están las de aquel que justifica su abandono del aula porque le encanta dar clase. Ya, lo sé. Es totalmente absurdo decir que me gustan las patatas fritas y pedir una hamburguesa con patatas fritas para comerte la hamburguesa dejándote las patatas que la acompañan pero, en ocasiones, sucede.

También nos encontramos al típico que abandona el aula puntualmente y siempre dice que va a volver. Al final, nunca acaba haciéndolo. Con lo fácil que sería decir me gusta más estar de asesor, haciendo bolos o, simplemente, ejerciendo de relaciones públicas que repetir a cada momento sus ganas de volver. Curiosamente, en este caso, cuando se le acaba la comisión para irse a hacer otras cosas fuera del aula siempre empalma con otra comisión que le permite continuar lejos del aula.

¿Y la excusa del bajo sueldo e incentivos? ¿No habéis oído nunca a alguien que ha abandonado el aula porque le pagan poco y se va a un trabajo en el que cobra lo mismo y tiene peores condiciones laborales. Yo conozco a alguno y, a veces les pregunto en confianza por qué no dicen que no les gusta dar clase. No es tan difícil. Entendedme, no estoy diciendo que no debamos cobrar más ni mejorar nuestros incentivos. Cualquier trabajador tiene (tenemos) el derecho a exigirlo. También el deber de hacerlo.

En este caso he hecho el top 3 del asunto porque, al final, las tres engloban lo más surrealista que te puedes encontrar como excusa de algunos que, vuelvo a repetir, lícitamente, han decidido abandonar el aula y la docencia directa a alumnos.

Por cierto, yo también abandoné hace unos años el aula temporalmente. Me apetecía el proyecto que me propusieron. Y no me niego a volver a abandonarla si hay proyectos que me apetecen, se me proponen o, simplemente, me permiten disfrutar más que dando clase. Ya no digamos si me toca un buen pellizco con La Primitiva. Y no pasa nada.

Finalmente, deciros que hoy tenía dos opciones: o escribir algo que no me cabreara en su escritura o, simplemente, ponerme a hablar del nuevo modelo que plantea mi Conselleria para hacer desaparecer los especialistas de la ESO mediante la adscripción de determinadas especialidades a un batiburrillo muy heterogéneo como se indica en la siguiente imagen.

Fuente: https://t.co/I6b68cDwGt

Pero he pensado que hoy es viernes y tocaba acabar la semana sin enfadarme ni cabrearme. Ni enfadar ni cabrear a los que me leéis. Que, por cierto, cada vez sois más. Y eso es algo que ya empieza a preocuparme.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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