Los profesionales de la educación son… ¡los docentes!

Es lógico que nadie se cuestione que los profesionales de la salud sean el personal médico y el de enfermería. También resulta obvio que los encargados de la seguridad sean los cuerpos de seguridad y los de la extinción de incendios los bomberos. A nadie se le ocurre, si realmente quiere curarse o extinguir o fuego de proporciones considerables, ponerse a la mesa de operaciones dejando el bisturí a su cuñado o dejar la gestión de la manguera a la abuela. Queda clara la necesidad social de que existan profesionales que se dediquen a ciertas tareas. Profesionales que, por cierto, en la mayoría de ocasiones, al igual que en la otras profesiones, lo hacen fantásticamente bien.

El problema es cuando trasladamos esa profesionalidad al docente. Un docente que siempre está cuestionado por parte de muchos y que, curiosamente, incluso en ocasiones se plantea derivar su profesionalidad a terceros. No, el alumnado y sus familias no son profesionales de la educación, aunque sí deben ser escuchados e incentivarles para participar en la escuela. El que, día tras día, está en las aulas y debe gestionarlas profesionalmente es el docente. No, no me vale decir que debemos hacer lo que nos demanden los alumnos. Si caemos en lo anterior estamos siendo unos malos profesionales. Unos profesionales que, por desgracia, cada vez nos creemos menos que lo somos. Y eso es un grave error.

Me preocupa la deriva profesional del colectivo. La necesidad de buscar referentes fuera de las aulas. Fijaos en la gran cantidad de docentes que dan valor a declaraciones de economistas, tipos con traje de la OCDE, vendedores de cachivaches tecnológicos, trabajadores de Google, Apple o Microsoft o, simplemente, cosas que dicen en los medios o las redes sociales, cocineros con o sin estrella Michelín. Ya no entro en hacer caso a los participantes de circos mediáticos o tertulianos que, un día son expertos en gestión médica, al siguiente en vulcanología, al otro en aterrizaje de aviones y, finalmente, en posiciones para hacer cosas que ellos no han hecho nunca. Al final, de los únicos que podemos aprender cómo hacer las cosas, es de nuestros compañeros. No hay expertos fuera del aula. No hay profesionales de la educación fuera de ella. Hay profesionales solo en las aulas (del nivel que sean). Es por ello que deberíamos desterrar eso que nos han vendido que de educación sabe todo el mundo y debemos guiarnos por las opiniones de alguien que, si una vez olió el aula, fue en su época de estudiante. No vale. Al menos a mí no me vale. Otro tema es hacer caso de lo que dicen las investigaciones educativas. Las serias, claro está. Porque, al final, da la sensación de que todo el mundo investiga y, curiosamente, a poco que leas, la mayoría de las investigaciones sobre temas educativos, o están mal planteadas, o están mal efectuadas o lees conclusiones que no tienen nada que ver con los resultados que se obtienen.

Tampoco me vale la opinión del cuñado, la suegra o el amigo que, por tener hijos, habla alegremente de lo que debieran o no hacer los docentes de sus hijos. No, no me vale más allá de considerarlo un chascarrillo puntual dentro del todologismo social. Sí, todo el mundo opinamos de todo pero, al final, dichas opiniones deberían quedarse al margen de la labor profesional. Algo que sucede prácticamente en todos los campos menos en el de la docencia. Un albañil no cambia la manera de poner ladrillos por mucho que el jubilado se lo diga. En cambio, en docencia, hay muchos que se cuestionan sus prácticas de aula por lo que les dicen personas que no son profesionales de ella. Curioso y digno de estudio.

Yo reivindico la profesionalidad docente. El mejor profesional y el que más sabe del aula es aquel que da clases, o tiene experiencia de haberlas dado. Lo que digan los demás, y más si es una simple opinión poco fundamentada, debería importarnos bien poco. Lo importante es saber ejercer nuestra función lo mejor posible y aprender de nuestros errores, adaptándonos a las necesidades de nuestros alumnos y usando las estrategias que nos vayan mejor en cada momento. Lo demás, mejor dejarlo para la conversación de café, copa y puro.

En un rato me voy a encontrar con doscientos profesionales de la educación. Y esos son los que, a pesar de normativas absurdas, falta de recursos o, declaraciones de hoy en la radio del tertuliano de turno, van a sacar sus clases adelante. Además, van a conseguir, en muchas más ocasiones de las que se piensan algunos, que su alumnado aprenda. Somos profesionales. Ahora solo toca que, como en cualquier otra profesión, nos lo creamos.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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