Menos lobos, Caperucita

Se nota un cierto tufillo (más bien hedor a estas alturas) a regodeo en las redes sociales, perpetrados por el sector innovafílico o innovafóbico, en ese sector denominado educativo. Mucha Caperucita con ínfulas detrás de la mascarilla y mucho lobo aterrado antes cientos de cazadores titulados en la caseta de feria del pueblo de al lado. Taxidermistas de lobos lobotomizados a la caza del cliente de su producto, más o menos avalado, en unas redes llenas de negocios y negociantes. Ya no es sólo vivir de la innovación educativa, es vivir de la demonización de la misma. No solo vende el que consume ilusiones, más o menos ilusionables, ahora ya vende hasta el chino de la esquina que vio el aula cuando fue a dejar sus hijos ahí hace unas cuantas décadas. Mucho esperpento de prácticas contrastadas, contrastables y cuestionables en el mismo paquete. La misma técnica de campeón del exabrupto para vender si uno ha matado cien lobos o miles incluso que, por ley de la probabilidad, sea todo tan ficticio como imposible. Datos de camadas inexistentes, estepas producto de un cambio climático manipulado en ambos sentidos hasta la exageración y, por qué no decirlo, fantoches de salón con afición al onanismo educativo más salvaje.

Puedo entender y entiendo las filias y las fobias. La necesidad de salvaguardar hechos de caza e, incluso suplantación de abuelas, por necesidad de leer a nuestros hijos o nietos el cómic edulcorado, facilón y, como todos, más falso que ese billete de quinientos euros en manos del trabajador de la enseñanza. No, no interesa contar los lobos, ni tan sólo proceder a analizarlos por si tienen una enfermedad infecciosa o, quizás, descubrir a tristes ovejas escondiéndose de la perversa Caperucita que, por desgracia, no es como nos la venden en los cuentos. Naciones a la lucha de rankings todopoderosos basados en la cantidad de jilgueros que uno puede llegar a sumar. Lazos, camisetas y horcas de colores variopintos, sacados a la calle por rojos, morados, azules, verdes o asalmonados. Da igual que no sean sinónimo de extinciones masivas de lobos ni de habilidades de nuestra Caperucita particular… los jilgueros venden. Y más cuando cantan en una intimidad de paredes abiertas, sofás y risas de niños. Nada mejor que la felicidad encapsulada la margen de la evaluación. Lobos y lobas al acecho. Caperucitas en un mundo sin control.

Libo con fruición ese maná mientras disfruto del campo con esas gafas que todo lo ven. Sumo gigas a mi recopilación de herramientas fantásticas y herramientas de caza que me dicen, desde voceros animalistas, como debo poner las trampas para pillar animales de diferente pelaje. Algunos viven del vodevil, de la tarima y de ese rojo sangre con el que algunos se empeñan en vender a la traidora porque, sinceramente, a estas alturas del cuento quién se atreve a decirme que el lobo tiene la culpa de tener pelo. ¿Y si todo es una conspiración orquestada por los alopécicos?

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